sábado, 12 de septiembre de 2009



Erase una vez una niña de piel canela y nombre de Coral que paseaba por sus jardines amables y amplios, pero sin brisas. Se acercó al viejo árbol, el roble que hacia años estaba ahí pero jamás le había prestado atención.


Caminó con paso sigiloso por que algo brillaba en el suelo justo al lado del tronco Encontró un huevo azul como la noche y frio como el invierno. Se compadeció y decidió buscar el nido para arrojarle nuevamente a el. La mala fortuna se convertia en hazaña; no había nido alguno y pensó que solo el cielo era capaz de arrojar tan delicado tesoro a la tierra, justo a sus pies y ya le pertenecía.


Lo cobijó en sus canelas manos y pasó de ser azul a celeste. Corrió y lo llevó a su cuarto, calladita, sin que nadie la viese. Abrió su cajon de tesoros, donde guardaba todas las cosas que para ella eran importantes. Con sus pañuelos de seda hizo una cama confortable para el tesoro hallado...

Todos los días llegaba de jugar y se guardaba en su cuarto a hablar con su tesoro hasta que un día, entrando a su pieza sintió ruidos...provenián del cajón de tesoros. Sigilosamente lo abrió y se encontró con un tesoro nuevo. El huevo se quebró dejando pedazos por todos los rincones y los ojitos de un colibrí la miraban serenamente, moviendo sus alas celebrando porque ya había nacido bajo su alero...ella sólo lloró de dicha...


El cuarto comenzó a teñirse de colores y flores. Cada día pintaba hojas de papel de ella y el colibrí, las prendía con alfileres en las paredes y el colibrí con sus alas tomaba trozos de pintura y las coloreaba con tintes que solo reflejaban felicidad, con tinta indeleble, perduradera.


Cada vez que la niña canela entraba al cuarto y abría su cajón el colibri estallaba de felicidad y solo acudía a revolotear su cabellera, peinándola, acariciándola con susurros de viento, eran días de armonía entre ella y su gran secreto...duró por cien años de dibujos en las paredes, flores, revoloteos y tintas eternas.


La niña comenzó a crecer y el colibrí a extrañar, ya las visitas no eran frecuentes y decidió guardarlo en el cajón para que nadie lo viese, nisiquiera las paredes. El ave solo asintió que debía ser así por el bien de ambos, para que nada fuese develado, pero de cuando en vez ella venía y abría el cajón para rascarle la panza a su tesoro y él se volvía nuevamente feliz...y sonrreía. Y de vez en cuando salía del cajon a revolotear nuevamente su cabellera. Cuando llegaba la noche lo guardaba con silencios y besos, con begnidad de manos tiernas. Se dormía felíz.


Ha crecido la niña y necesita jugar más allá de su cuarto. La última noche que compartió con el colibrí dejó el cajón abierto y funestamente, la ventana también. Ella a lo lejos recordó aquel incidente y se desesperó..."se va a ir....ya vuela y se va a ir....". Pero no podía regresar al cuarto de niñez a verle; ya los colores de las tintas se estaban desvaneciendo y los papeles con dibujos de ambos comenzaban a descascarar de las paredes.


La niña no regresó jamás, no podía hacerlo...El colibrí volaba todos los dias en las mañanas a la ventana abierta, insinuando escuchar la risa de su veladora, y permanecía allí el día entero. A veces pensaba en volar, salir a ver el mundo de su amada, pero sus alas ya estaban bastante viejas para emprender nuevas tareas, las plumitas - que por años volaron en la cabellera de la niña- se atrofiaron porque la del nombre de Coral no lo visitaba. Pasaba dias enteros en la ventana abierta...en un rinconcito, sintiendo la brisa y el cielo abierto. Decidió no salir jamás, por si algún día ella regresaba y viera que la estaba esperando como cuando era niña... y así continuó, mañana tras mañana.


Una noche, tras la vigilia diaria se dirigió al cajón de los tesoros a protegerse del frio. No pudo cerrar el cajón por que no tenia ya fuerzas, y se quedó con sus ojitos abiertos por mil años, esperando a Su Niña...


Cierto día cayó el último dibujo de la pared del cuarto, se fueron los colores y se marchitaron las flores...Decidió cerrar sus párpados y dormir para siempre...con una sorrisa en su alma.